sindrome del momento perfecto

El síndrome del momento perfecto

Las nuevas tecnologías y sobre todo las redes sociales están cambiando nuestra forma de relacionarnos, en ellas somos bombardeamos de manera constante con un sinfín de publicaciones -todas aparentemente sin mácula-, que pretenden ser una suerte de guía aspiracional. Lo cierto, es que la mayoría del contenido que se publica en estas redes sociales -al menos en su mayor medida- tiene una dosis importante de engaño, o cuanto menos, una mano de chapa y pintura digital necesaria para aumentar el ego del creador de contenido en cuestión.

Sobre el impacto que estas publicaciones generan sobre la población en general y la juventud en particular se han realizado estudios e incluso, Meta (antes conocida como Facebook), realizó varios informes sobre el impacto de los mismos en adolescentes.

Bien sea porque Meta oculto esos datos -hasta que fueron filtrados-, o porqué muchas veces la tecnología avanza demasiado rápido, a este fenómeno del que llevamos tiempo hablando, vino a ponerle nombre y por supuesto describirlo una escritora, en concreto fue Sarah Wilson en su novela First, We Make the Beast Beautiful.

«Pensamos que la vida debe funcionar de una determinada manera y en unas medidas determinadas a unas determinadas proporciones«

Quedaba definido por tanto el síndrome del momento perfecto, este se produce cuando las expectativas que tenemos para momentos especiales o acontecimientos vitales son demasiado grandes, y por tanto nos provocan un sentimiento de ansiedad y decepción.

Imaginemos por ejemplo, la visita a un restaurante, unas vacaciones que consideras de ensueño, o por ejemplo, el beso de ese chico o chica que tanto esperabas y esos fuegos artificiales con música que se suponen deberías escuchar en el momento en el que se juntan los labios.

Según Wilson las personas que sufren este síndrome:

«Creen que estos momentos deben desarrollarse de acuerdo con un guion predefinido, que tiene como resultado la felicidad y la perfección«

Al fin, la sensación de perfección, con todo guionizado y sin lugar a la improvisación parece no dejar lugar a la realidad en la que, más que nos pese, las sonrisas no son siempre blancas, los amigos -a veces- no son para siempre y las nubes, no son de algodón.

Vivir impactados constantemente con una versión idílica, retocada, remasterizada y guionizada de momentos que se suponen aparentemente espontáneos puede generarnos malestar, lo cierto, es que el primer beso puede ser peor que el segundo, a veces necesitamos descansar de las «vacaciones» y los restaurantes, salen mejor en el video que al natural.

Un concepto repetido hasta la saciedad en psicología, cuestión de expectativas, pero maximizado hasta el infinito por unas redes que pese a su nombre, sociales, parecen tener como objetivo convertirnos en ermitaños encerrados frente a la pantalla de un ordenador.

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