Oscar Wilde nos ha dejado una gran cantidad personajes para la historia, quizás uno de los más perturbadores es Dorian Gray.
El retrato de Dorian Gray comienza con un artista Basil Hallward impresionado por la belleza de nuestro protagonista, un día, mientras estaban en el jardín, el artista realiza un retrato de el joven, y atrapados por el hedonismo, Henry -amigo de Basil- argumenta que «lo único que merece la pena en esta vida es la belleza y la satisfacción de los sentidos», añadiendo, que ojalá Dorian pudiera permanecer congelado en el tiempo como el retrato realizado por Hallward.
Aunque el resto del argumento es de sobra conocido, lo cierto, es que la novela no versa sobre la eterna juventud, es una descripción maestra del narcicismo.
Sin embargo, obviando análisis más profundos de la obra de Wilde, de forma popular se suele usar el nombre de síndrome de Dorian Gray, para hablar de una determinada parte del trastorno de dismorfia.
Nos referimos a los individuos que tienen una extrema preocupación por su aspecto físico, generándoles un auténtico problema enfrentarse al envejecimiento.
En la sociedad actual somos afortunados al disponer de técnicas capaces de engañar al tiempo -sin pasar por el bisturí-, desde tratamientos cosméticos, alimentación cuidada o ejercicio, nos han ayudado a llegar en condiciones mucho más favorables que nuestros mayores a edades avanzadas, algo que además tiene repercusión sobre nuestra calidad de vida además de nuestro aspecto.
Por supuesto, cuidarse no implica estar atrapado en el cuadro del protagonista de nuestro post de hoy, los síndromes son conductas que por ser excesivas, terminan convirtiéndose en clínicamente relevantes.
Dicho de otro modo, a todos nos da miedo envejecer y no por ello, somos Dorian Gray.
Add a Comment