Aunque no lo vas a encontrar en ningún manual de diagnóstico, el síndrome del Principito -o la princesa-, es altamente conocido, incluso lo usamos en nuestro lenguaje cotidiano asociándolo a eso que llamamos Peter panismo.
Y es que, nos referimos a el síndrome de Peter Pan o del Principito cuando describimos a aquellos adultos que se comportan como adolescentes aunque hace años que deberían haber dejado atrás la adolescencia.
Se relacionan este tipo de comportamientos con otro síndrome, en este caso el del emperador. Este último se produce cuando padres sobre protectores colman a sus hijos de elogios, generando una especie de burbuja emocional que en último instante frena el salto hacía la madurez.
Salvaguardando las distancias, en el síndrome del emperador es característico el comportamiento de los niños, una suerte de pequeños tiranos principalmente con sus progenitores, en cierta manera, nuestro principitos y princesitas desarrollan una personalidad narcisista, irresponsable y terriblemente egoísta.
Existe otra teoría que nos habla de que la situación socioeconómica actual, la falta de oportunidades para los jóvenes y una emancipación demasiado tardía, genera en muchas personas una necesidad de alargar su adolescencia hasta bien entrada la treintena, sería según esta teoría una suerte de factor protector emocional.
Lo cierto, es que no hablamos de un trastorno en sí, realmente define un estado emocional transitorio, por descontado, en nuestra vida de adultos es importante conservar por ejemplo, la curiosidad de cuando eras niño, la capacidad de emocionarte o ilusionarte con los proyectos, y esto por supuesto no nos convierte en principitos.
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