Dentro de los trastornos alimentarios existe uno realmente curioso, sucede cuando el paciente ingiere «cosas» que no son alimentos.
Probablemente al escuchar esta descripción en tu mente aparezca una de estas dos imágenes:
Un parque, unos niños y unos suculentos pasteles de arena o quizás un pupitre y unos bolígrafos a cuyo capuchón le falta una buena parte.
Y es que, barro, capuchones o incluso uñas han formado parte de nuestra dieta a ciertas edades, de hecho, la edad es uno de los criterios fundamentales para diagnosticar este síndrome.
El paciente en cuestión debe tener más de dos años y llevar, al menos un mes, ingiriendo estás cosas tan poco nutritivas.
Lo cierto es que este comportamiento entra dentro de la normalidad antes de los dos años -incluso algo más tarde-, sin embargo, las complicaciones sobre todo gastrointestinales que pueden producir este tipo de comportamientos -sobre todo cuando se alargan en el tiempo- no son un juego de niños.
El trastorno de Pica
A pesar de todo, rara vez estas ingestiones provocan problemas en el individuo y no suele alterar el comportamiento social, eso sí, suele presentarse junto a otros trastornos, por ejemplo, suele ser relativamente frecuente en las personas que sufren trastorno del espectro autista.
Siempre que no existan complicaciones alimentarias, como algún tipo de difícil -en casos muy extremos-, el Pica, es tratado con técnicas de modificación conductual.
Al fin, siempre es importante consultar con un psicólogo especialista en trastornos alimentarios infantiles para salir de dudas.
Y es que, es importante recordar que aunque tengamos un buen abanico de diagnósticos, no todos los comportamientos son patológicos. Es decir, en la mayoría de los casos, ese ansía devoradora de capuchones que a muchos acompaña hasta la universidad, es culpa de la ansiedad, más que del trastorno de Pica.
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