Existe una búsqueda emprendida desde hace mucho tiempo cuya historia es aún más fascinante que la búsqueda de la mismísima fuente de la juventud.
Los científicos -animados por el descubrimiento de la serotonina entre otros- comenzaron una carrera que a día de hoy ha terminado con el descubrimiento de una importante variedad de psicofármacos.
No es este post una critica al uso de los psicofármacos, estos son en muchos casos imprescindibles para el desarrollo del a terapia, en otros son prescindibles y en muchos casos, son usados de manera incorrecta.
Sin embargo, si merece la pena indagar sobre la creencia que ha calado en cierta parte de la sociedad de que la felicidad es una suerte de combinación química. Dicho de otra manera, esperamos que tomando una pastilla todo nuestro mundo, de repente, se vuelva de color de rosa.
Básicamente, porque en el mejor de los casos estamos buscando una droga y no un medicamento, que además, podría ofrecernos una ilusión, no la felicidad en sí.
La búsqueda de la píldora de la felicidad
Es precisamente la búsqueda de esa suerte de atajo el problema en sí, la felicidad no es un concepto medible y estandarizado. Cada uno disponemos de nuestra propia felicidad, algo que además es fantástico.
Por tanto, siempre bajo nuestros estándares, trabajar en nuestra felicidad -y no en lo que significa para los demás- nos permite desarrollarnos como personas y de paso, conseguimos resultados a largo plazo más que un simple momento puntual de felicidad, que además, al estar generado por la química tiene mucho de irreal.
Dicho de otra manera, la felicidad no puede concentrarse en una pastilla, además, plantearse una vida completa y feliz sin fisuras es básicamente una quimera.
Esa es la razón, por la que, siempre en consulta no espero que las personas se encuentren permanentemente felices, para mi, lo importante, es sentirse… bien.